La performer guatemalteca Regina Galindo. Foto de la primera exposición sobre ella hecha en España, en ARTIUM (Vitoria). Foto: Arte-sur.org
 
 
 
 
En homenaje a Raymond Carver, su libro sobre la mesita de noche. El captor de los instantes cotidianos
Título propuesto por Giusseppe Domínguez

 
 
La luz se vierte por la jamba de la puerta, recién dadas las ocho en un reloj ajeno.
Tan doradas las luminarias del verano, que teme pisarlas, ensuciarlas con su 44, degradarlas con los viejos Tod´s y la pesada carga del sueño, todavía pegado a la espalda. No sabe qué pesadillas le envolvieron, pero persiste el sudor en la nuca. «No te olvides de la realidad nocturna», le recomiendan las gotas transpirantes y su mano las funde con los últimos rizos del cabello, canos.
Tan sólo asoma la cabeza por el marco para preguntarse de dónde viene tanto sol, como si la respuesta no fuera «De la ventana, del futuro mediodía».
Entonces, la descubre a ella.
Está tan quieta, tan inmóvil, vuelta hacia la cafetera industrial, hacia el día que parece no querer despertar. Debería percibirle por su olor, décadas del mismo perfume.
Pero ella no está aquí. Su mente no mira los azulejos, las cacerolas deprimidas, la blancura de la encimera.
Sólo vuela cierto polvo translúcido alrededor de su cuello pecoso, algo de viento suave.
De repente, Tess eleva una mano y se palpa la nuca, subiendo la palma hasta el moño rebelde.
Es un toque leve, casi rutinario, casi hecho por azar.
Pero luego está su mirada, que no acompaña al gesto.
Huele a café y a tinta, huele a anillo matrimonial.
Ella baja el brazo y vierte el líquido denso en su taza de desayuno.
Sus ojos vuelven a revolotear por la estancia, buscando el jamón, tal vez.
Ahora es él quien se ha detenido. En el instante donde Tess no estaba.
Ahora es él quien ha dejado de ver la luz.