Debajo de una entrevista a Marianne Faithfull, una pequeña noticia:
Valle del Támesis (Hambleden, Buchinghamshire),Inglaterra.
Todos los pequeños murieron justo después de nacer, por causas no naturales.
Los embarazos no deseados debían ser muy comunes en los burdeles de la época.
El infanticidio no era considerado una práctica tan terrible en aquella era. Los registros sugieren que los niños no eran considerados seres humanos “completos” hasta alcanzar la edad de dos años, explican los arqueólogos.
(Extracto de Hallados restos de 97 bebés en un poblado de época romana.
El País. Junio de 2010)
ANNO DOMINI CDXXVII
Dentro de la matriz, las banshees espolvorearon suavemente a lo que será.
Talquistina y colonia de nombre extraño
Penhaligon´s- (la preferida de Churchill)
para dar carácter y elegancia
Cantaron las hadas
Lili Marlene, serás seductora y terrible
Apartan a los payasos y los arlequines, engendros de melancolía.
Strudel de manzana, canela y nueces
algo de pecado, de erotismo, de avidez
Té de menta verde
para mantenerse alerta
Chablis sobre la incipiente cabellera,
siempre hay que celebrar la vida.
Fotografías
el color moreno de la piel heredada
los ojos verdes de un antepasado perplejo
la luz de la sonrisa materna
la calle Saint Antoine del Marais
el río Itaquai visto desde una avioneta
un geoglifo del desierto de Atacama
un pasillo del Hermitage
Las mujeres de la bonanza acariciaron el cordón umbilical y susurraron:
Vamos, ya es la hora. Acaba de amanecer.
II.
El día que perdió la infancia era domingo y acababa de nacer.
Tocaban una música frenética y alguien daba gritos, como queriendo acompasarla. Era ella misma.
Rojo de su sangre, rojo sexo en llaga, roja la ira de la anfitriona.
Había uñas que rascaban la corteza que la rodeaba,
que buscaban datarla con una mirada entre las piernas
escrutando la perfección de los diez dedos estipulados
y el futuro perfecto de la mantis religiosa.
El aullido de su garganta fue tan profundo
que desvió el curso de un río, ahogándolo en su propia revuelta.
Decenas de estorninos anunciaron el atardecer, locos de rabia.
Pero sólo era mediodía.
Se habían congelado las sacerdotisas del templo,
encendieron velas flotantes,
dejaron en la puerta del prostíbulo ramos de caléndulas.
El frío de diciembre hervía y la cubrieron con algodones y azúcar.
Las lágrimas recorrían sus 52 cm y se hacían melaza en las cuencas de los ojos,
cerrados hasta que cumpliera los siete años.
Fue la primera decisión: no ver ni ser vista.
Moverse por sitios oscuros, contar con un protector, callar la voz.
Fue presentada en bandeja de hospital, olvidaron la de plata.
Las manitas se agarraron bruscamente a una cara que no olía a alma mater.
Y de la madre surgió un grito primigenio, el de Lilith, el del Big Ban.
Insultó la semilla de todo hombre,
se arrancó los cabellos.
Le tapó el rostro a la hija con bicabornato y sal, amoníaco y mantillo,
mezcla para hacerle la careta eterna de la tristeza,
le echó vinagre en la herida abierta del vientre,
para cortar todo el vínculo con los nueve meses pasados.
La escondió en una red de pescador,
para que se perdiese en una existencia de 3 kilogramos.
(Saturno,dicen ,devoró a sus hijos.
Preferible la inmolación al desprecio)
Luego, lentamente, la madre se volvió y espetó:
Échenla a la vida
Levantó el dedo como Nerón riendo a carcajadas…
Y siguió apretando un dique de cemento contra el vientre,
para olvidar todo rastro de lo concebido en una noche de infierno.