Poema seleccionado por la revista «Estación de Poesía», dirigida por Antonio Rivero Taravillo y editada por el CICUS (Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla)
Así es como termina el mundo, no con una explosión, sino con un lamento
(T.S. Eliot)
(me) Pido perdón porque el estiércol haya colmado mis pechos hasta convertirlos en bosta adecuada para los rumiantes
(me) Pido perdón porque una bacteria me llevó a pronunciar la palabra «papá» antes de tiempo, entre animales obscenos que perfundían los cojines que me sujetaban, sala turbia de maternidad, esperando cobrarse la vida de la niña en tránsito
(me) Pido perdón por elegir siempre las lilas blancas, símbolo de la sumisión y la cabeza agachada en la palangana de las confesiones
(me) Pido perdón por haber sido caudillo de un ejército inservible, donde las goteras hacían mella en la infantería, tan débil, tan exquisita, que se agotó antes de ponerse el peto
(me) Pido perdón por no haber entablillado ambas piernas, a la diestra, a la siniestra, y gozar el día al calor de la sopa de maimones, los tres vuelcos del cocido, la aparente blandura de la telera no miñosa
(me) Pido perdón por haber incitado a los años al canibalismo, a no contarme entre sus víctimas, a no apiadarse de la mujer no vivida, de sus días, de sus instantes
(me) Pido perdón por no celebrar funerales con anticipo, pegando la nariz sobre la del futuro cadáver, para comprobar el oxígeno en evasión. Por no servirles los crisantemos, las calas y esparcir sus cenizas, como si fueran majada de bestias
(me) Pido perdón por no haber cavado a tiempo esas tumbas donde la grasa de los traidores se expandiría bajo el aburrimiento de la jauría, azuzada sobre los restos, como el último hueso de Enrique VIII
(me) Pido perdón por haber orado por las polillas que volaban sobre aquellas almas que olían a cincha de caballo, mientras la tanza con que embridar la mía moría entre la boca del salmón
(me) Pido perdón por haber amado sin seguir las leyes de Darwin, por haber depositado en la puerta de la inclusa los afectos y los deberes que demanda la propia piel
(me) Pido perdón por haber convertido los labios en matambre, untuoso y dorado, atado con la cuerda que no le permite escapar: para no afrentar, para no herir, para no hacer doler. El cactus nació en mi boca como hijo del matambre
(me) Pido perdón por situar en la placa de Petri antes al virus que a la rata de la peste, antes a la necrológica del escarabajo que a la muerte dulce de Szymborska en Cracovia
(me) Pido perdón por todo aquello por lo que no (me) pediré perdón. Por lo olvidado, lo entretejido, lo enterrado, lo callado, por todo lo que sigue extendiendo sus raíces, amenazando con derribar esta casa, encenagando sus sótanos sin barricas añejas ni cadáveres que esconder
(me) Pido perdón por la falta más grande con la verdad. La que niega (aunque digan que huelo a clavo, aunque el cordón umbilical rodease mi cuello, aunque lleguen postales a mi nombre) que el mayor pecado es convertirse en invisible por obra y gracia de tu palabra.